martes, 25 de marzo de 2014

EL DIOS EN EL CUENCO

Ustedes me perdonan que no haya podido evitar el guiño al maestro Howard del titulo del post, ya que hoy vamos a hablar de cuencos. Bueno, vamos a hablar de Fantasía, pero mientras tomamos algo así como un bol de gachas.

En realidad los cuencos son lo de menos, al igual que de cierta manera, se puede decir que el Anillo que porta Frodo es lo de menos. Lo importante es cómo nos aproximamos a la Fantasía, o a lo fantástico.

Desde mi punto de vista hay dos formas esenciales de enfrentar lo fantástico: desde lo exótico o desde lo cotidiano.
Me explicaré. Si uno habla sobre unicornios, no necesita más explicaciones: los unicornios son criaturas fantásticas por sí mismas, como los dragones, los trolls, los gigantes, las lamias, los elfos, los hechiceros, las brujas, los kelpies, los korrigan, los brownies, los gnomos, los enanos, las profecias, los elegidos...  en fin, todos los monstruos y la pequeña gente que pueblan los cuentos y leyendas. Están ahí, los conocemos, pero no forman parte de nuestro mundo real.
Hay un tipo de Fantasía que se sumerge de cabeza en este tipo de historias: habla a menudo de cosas grandes y poderosas. Héroes, villanos, objetos únicos... de suerte que ha terminado habiendo tantos que ya ninguno es único. Cuando cada historia habla de un héroe, el héroe es lo normal.
Cuando el protagonista siempre es el Elegido, ser el Elegido es lo normal.... porque lo normal es eso que sucede a menudo, y no me dirán ustedes si no hay héroes y monstruos y tramas que se repiten tanto en las historias que parece que las personas corrientes no tienen cabida en ese mundo (hablo de personas corrientes de verdad, no las que parecen corrientes y tienen una marca de nacimiento que los convierte luego en el enviado profético).

Luego hay otra escuela, con menos dorados y más hierro, con menos brillos y más pan en el morral que se acerca a la Fantasía desde lo cotidiano, reivindicando que la Fantasía no es otra cosa que NUESTRA capacidad para imaginar un mundo distinto y mejor (o más interesante).
Tolkien, del que me oirán hablar mil veces, conjugó ambas cosas magistralmente. Y junto a un mundo lleno de prodigios y héroes, hizo que todo dependiera de dos hobbits, todo el Señor de los Anillos está escrito desde el punto de vista de los hobbits, de las personas corrientes. El objeto central de su obra magna, el Anillo Único, es un anillo corriente, sin adornos, que sólo revela su naturaleza al exponerlo al fuego. ¿Qué nos dice Tolkien con esto? Que podemos asombrarnos ante las obras de arte de los elfos, ante la magnitud y la crueldad de los dragones, pero que para ver el verdadero Poder, tenemos que ver más allá de las apariencias. Que el verdadero poder puede ocultarse en los objetos que nos rodean, que la Fantasía no son los dragones, sino los amaneceres que nos hacen imaginar su fuego.
El mismo anillo es un gran ejemplo: ¿Cuantos objetos podrían haber sido centro de poder? Varitas, cetros, diademas... artefactos que pregonan nada más verlos en manos de un mago: cuidado conmigo. Sin embargo el más poderoso de ellos es un anillo que a poco que uno se despiste, pasa inadvertido.

En una época de más esperanza creo que leería con más placer la Fantasía más grande (que no más poderosa) de los héroes. Pero hoy por hoy necesito saber que aunque mire alrededor y sólo se vea grisura, la magia está allí esperando que le de un rayo de sol para lanzar un brillo que revele que bajo una hoja hay una sombra extraña.

Que me perdonen los amantes de las Sagas de la Dragonlance por traerlas a penar en un ejemplo. Yo también las leí cuando empezaba, pero me disgustaron enseguida. Por una sola razón: ¿hombres montando dragones? ¿en qué convertía eso a los dragones? ¿en caballos voladores? Yo tenía en la retina a Smaug el Magnífico. Un solo dragón. UNO. Que llena un libro entero de terror y aventura. Cuando tienes mil dragones ¿cómo puede impresionarte el dragón nº 568?
Y sin embargo, los botones de Tolkien que se abrochaban solos me hacían fantasear con que mis botones podrían ser unos de aquellos porque... ¿quién sabe?
Tolkien, desde mi vida diaria, me decía: Tú también puedes formar parte de la Fantasía si quieres. Sólo necesitas botones y saber que las cosas no son lo que parecen.

Me doy cuenta que no estoy hablando nada de cuencos, pero le pongo remedio enseguida. Os contaré la historia nada fantástica de cómo un estudiante de empresariales llegó a poseer un cuenco shaolin en la estantería de su salón.

Hace años, cuanto yo pasaba de filo las dos decenas de edad los monjes shaolin hicieron un tour por Europa y pasaron por Córdoba. Unos amigos y yo nos sacamos las entradas para la exhibición con enorme nerviosismo ¡los monjes shaolin!
Para los que sepan de artes marciales la exhibición fue una muestra de las habilidades de shaolin: Chi-kun, katas, proezas físicas que bordeaban lo increíble, rotura de bloques de cemento con la cabeza, un maestro de 90 años con la flexibilidad de un niño de 5 y una habilidad curiosa que resultaba de colocar un cuenco corriente de metal pegado a los músculos del estómago de forma que ni tres personas tirando juntas podían quitárselo al monje de la barriga... Estábamos con los ojos abiertos como platos.
Cuando terminó el espectáculo los monjes anunciaron que habían traído objetos de su país para vender a quienes lo desearan. Se hizo el barullo propio de gente que quería hacerse con las espadas, las cintas, los quimonos... todo brillante, precioso, oriental... evidente. Yo no quería llevarme una espada shaolin con el mango dorado y una borla, o una lanza de las decenas que traían y que no tenían para ellos más importancia que para nosotros unos cubiertos de mesa. Yo quería llevarme algo de la magia, algo único, algo que no pudiera comprarse con dinero... y me dirigí a uno de los monjes y le dije: Perdone ¿podría venderme el cuenco que han usado?
El monje puso una cara extraña porque el cuenco no era de lo que pensaban vender y no entendía qué podía tener un cuenco de especial, pero yo, por encima de espadas cromadas y la ropa exótica, sabía que el cuenco era de verdad, era algo de ellos, ordinario y por ello, auténtico. Las espadas no significaban nada para ellos, las traían para vender, pero el cuenco era suyo. Suyo de verdad.
Me lo regalaron y desde entonces lo tengo siempre a la vista en mi casa. Para recordarme que si un tazón de metal, en apariencia tan vulgar y corriente como cualquier otro, esconde el secreto de haber pertenecido a un maestro shaolin que cruzó el mundo y pasó cerca de mi ¿cuántas cosas que nos parecen corrientes no serán en realidad las pruebas vivas de que habitamos un mundo sorprendente y maravilloso?
Si un tazón puede ser un objeto único traído del lejano oriente, tal vez los héroes que necesitamos estén a nuestro alrededor bajo apariencias comunes, y tal vez, tal vez, puedan ser incluso alguno de nosotros.


Como el Anillo Únillo, mi cuenco no tiene nada que lo haga especial a la vista. Es tan corriente que hasta he encontrado una foto del mismo modelo de cuenco. Es tal cual veis en la imagen si cambiáis el blanco por amarillo y le añadís un par de desconchones.
No importa lo que parezcamos. Hasta un humilde cuenco puede esconder una historia. Y no hay gente pequeña.

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