Un cuento del Pais de Rujen
Muchas veces
cuando Rescoldillo no podía dormir, Kurspolski, el enano de la fragua,
crepitaba para él y le contaba historias antiguas de cuando el país de Rujen
era joven y los hombres y los dioses pisaban la misma tierra.
Ocurrió un invierno especialmente frio
que Rescoldillo estuvo muy enfermo por unas fiebres, y el sudor y la calentura
lo postraban en el lecho y su madre, la mujer que tenía un deseo en el corazón,
lo cuidó tan bien como pudo.
Y cuando su madre, vencida por el sueño,
descansaba a su lado, su amigo Kurspolski vigilaba en torno suyo. Y Rescoldillo
lo veía saltando en la llama del candil, y trayendo ascuas que dejaba sobre su
pecho para calentarlo, pues por aquellos días el fuego no lo dañaba y había conocido
pocos pesares del mundo.
Una noche Rescoldillo sintió un frío que
no era el de la nieve ni la cellisca, ni el del agua clara del deshielo ni el
del viento tormentoso, y los ojos se le vidriaron y la blancura vistió su piel.
Y a su vista las sombras se alargaron y lo fueron cubriendo todo hasta que ya
no quedó más que Kurspolski, pequeño contra la sombra, que agitaba los brazos y
le gritaba algo que no podía oir. Y, como entre sueños, Rescoldillo vio que
Kurspolski sacaba un pequeño cuchillito ígneo y corría del candil a la
antorcha, de la antorcha a la vela, tajando y cortando las sombras que se
acercaban a la cama. Y donde el enano acercaba su pequeño filo de llama, las
sombras parecían retroceder con odio, pero no cejaban. Mas Kurspolski perseveró
y acá y allá parecía saltar y bailar, y cuando ya se vio desesperado cantó una canción
del fuego y el día, y llamó al padre sol, la llama del Cielo, y a los carbones
negros y a la paja que arde rápida. Y pidió favores que pagar más adelante por
amor de su amigo. Y así, erguido como una pequeña luz vacilante sobre el
cabecero de la cama, Kurspolski mantuvo a la sombra lejos para que el niño pudiera
ver un día más.
Una de las noches en las que
Rescoldillo se quedaba despierto contemplando el cielo nocturno recordó
aquellos extraños sueños y preguntó a Kurspolski, que se entretenía a su lado
quemando unas cortezas de pino. Al principio, el enano llameante se mostró
melindroso, arguyendo sus pocos años, porque la historia que quería oir hablaba
de la Muerte, pero ante la insistencia de Rescoldillo esto fue lo que le contó:
-Todos seremos ceniza al final –comenzó-
pero no todos tenemos por qué arder antes de nuestro tiempo. Escucha, te
contaré una historia que mi padre el Fuego me contó a mi hace largos años:
Cuando la Negrura sacudió su vestido y
creó el Pais de Rujen, una de las primeras cosas que nació fue el Fuego que
todo lo destruye, pero aún antes que el Fuego estaba la Muerte. Y la Muerte
visitaba a todos tarde o temprano a la hora que les estaba señalada, pero
ocurrió que de tanto caminar por el mundo, la saya negra de la Muerte se fue
deshilachando, y de esos hilos nacieron sus hermanas menores. Y una era la
Muerte Injusta, y otra era la Muerte Dulce, y otra era la Muerte Quizás y así
muchas hermanas que poblaron Rujen bajo la sombra de su hermana mayor, porque
nadie puede oponerse a la Hermana Mayor, pero sí puede vencerse a las pequeñas,
pues tienen un hilo sólo de poder y no son capaces de tejer la red entera.
Esto le ocurrió a una mujer que caminaba
por un bosque, hace mucho, mucho tiempo y que escuchó, proveniente de un
matorral una vocecilla que decía:
“Estoy enredado, enredado,
quien me desenrede
será recompensado”
Y siguiendo la voz encontró un pajarillo
con el ala rota al que rondaba paciente una zorra negra. Y la mujer se apiadó
del pajarillo y alejó con una piedra a la zorra y lo tomó y lo guardó en su
morral y lo llevó a su casa. Y observó que la zorra la seguía con odio en la
mirada. Y durante varios días rondó su cabaña mientras ella cuidaba al pájaro,
hasta que el animal se recuperó y pudo volver a alzar el vuelo. Entonces oyó un
gruñido fuera y al salir a ver de donde procedía el ruido vio a la zorra que se
alejaba y juraría que hacia el final del lindero, donde el camino se volvía
sombra, la zorra se irguió sobre dos patas y se alejó caminando.
Al día siguiente, cuando fue a un arroyo
cercano a lavar su ropa, un martín pescador se posó delante de ella y, haciendo
una reverencia, le contó que era el rey de los pájaros.
-Por tu gesto bondadoso siempre habrá
amistad entre tus hijos y los mios –dijo- y, mira, los pájaros no pertenecemos
por entero al Cielo ni a la Tierra, habitamos la Montaña-entre-el-Cielo-y-la-Tierra
a la que no puede llegarse por caminos terrestres.
Como agradecimiento, si trenzáis un
puente a nuestra montaña, donde la Hermanas Menores no tienen señorío, mis
hijos lo sostendrán y podréis cruzar el abismo sin peligro. A cambio sólo os
pedimos que tengáis siempre presto grano para los voladores infatigables, y que
no dejéis que el tiempo roa las cuerdas y las aje.
Y cuando terminó de decir esto levantó el
vuelo y la mujer no volvió a verlo.
Fue seguidamente a hablar con los jefes
de los hombres y les contó lo que le había sucedido, y estos trenzaron un fantástico
puente que cruzaba el cielo hecho de cuerdas nuevas. Y pájaros grandes y
pequeños tomaron los cabos en sus picos y lo elevaron hasta que de las tierras
de los hombres se pudo cruzar a la-Montaña-entre-el-Cielo-y-la-Tierra y
escapar del designio de las Hermanas Menores cuando era preciso.
Pero pasó, como pasa a menudo entre los
hombres, que su memoria se debilitó en la bonanza y comenzaron a trenzar menos
cuerdas, y a poner menos grano para los hijos del Rey Pescador pues, decían, no
necesitamos un puente tan grande: Son más útiles las cuerdas para hacer redes
con las que pescar en abundancia, y tomar algo de grano para amasar más pan.
Pero nadie advirtió, y los que advirtieron
no fueron escuchados, que las nuevas redes engordaban las salazones de los poderosos
y el pan nuevo ensanchaba las barrigas de los que habían de gobernar al resto.
Así pasó un tiempo en el que el gran
puente menguaba sin que aquello pareciera preocupar a nadie y muchos pájaros,
hambrientos, soltaban las cuerdas y algunos que querían cruzar huyendo de sus
pequeñas muertes, no podían, pues el puente ya no aguantaba su peso y morían antes de su hora.
Un día, la Peste, una de las hermanas
menores, desató a su perro y lo dejó suelto por el mundo para su diversión y,
mordidos por el perro, muchos murieron sin que su tiempo se hubiera agotado. Pero el perro tuvo
cachorros que medraron y una gran mortandad asoló las tierras de Rujen.
Entonces los hombres recordaron el puente
que llevaba a la Montaña-entre-el-Cielo-y-la-Tierra y la promesa de los pájaros
de que allí estarían a salvo y corrieron en masa acuciados por una legión de
perros negros.
Pero pronto comprobaron que el puente no
los sostenía a todos, pues las cuerdas eran ahora débiles, y los pájaros que
quedaban eran pocos y apenas suficientes.
Y aunque el halcón y el verdecillo, el
alcotán y el albatros batieron sus alas hasta el límite de su fuerza muchos
quedaron en tierra y la Peste los tomó en su seno.
Entonces los jefes de los hombres se
mostraron airados y culparon a los pájaros por abandonarlos a su suerte, por no
ser leales a su promesa, culparon a la Peste y al Rey Pescador, culparon a la
lluvia por llover y al viento por soplar, culparon, en fin, a todo lo que
existía en el Pais de Rujen que no fueran ellos.
Pero tenían las bocas y las barbas
manchadas de migas de pan, y en sus barcas lucían redes nuevas llenas de peces y
la gente lo vió y les inundó la ira pues muchos habían muerto sin necesidad.
Y así acudió la Hermana Mayor, alertada
por el tumulto y los llantos y los ladridos y con una mano contuvo a sus hermanas.
Y los que aún no habían cruzado pidieron tiempo, que es lo que siempre piden
los hombres, y la Hermana Mayor preguntó: “¿Cuánto?”
Y los hombres respondieron que lo
suficiente para volver a llenar de semillas los graneros y volver a trenzar
las cuerdas y las promesas. Y la Muerte pensó que era justo pero pidió a
cambio almas para sus hijas. Y la gente le ofreció las almas de los que habían actuado
con codicia y la Muerte sonrió complacida porque no es un ama injusta.
Así, llamó a la más pequeña y la más
cruel de sus hijas, la Muerte en Vida, y le ofreció en una bandeja los
corazones de aquellos que habían provocado tanto sufrimiento. Y la Muerte en
Vida los saboreó durante mucho tiempo pues no toma las vidas rauda como sus
hermanas, sino que las pudre lentamente y los que quedan bajo su égida son muertos
que caminan, sin encontrar sabor en la sal ni frescor en el agua, y el amor les
duele y no les consuela, y el rencor los consume pues no hay bondad en su
pecho.
Y así muchos vivieron por largos años y, aunque la Hermana Mayor volvió siempre puntual a por cada uno de ellos como hace siempre, muchas tumbas evitaron llenarse antes de tiempo, pues las hermanas menores temen a los pájaros por alguna secreta discordia, y no entran en su reino.
Y, aunque nos gustaría decir que los graneros
siempre estuvieron llenos y las maromas siempre fuertes, y que nadie terminó
sus días pudiendo evitarse, los hombres son volubles y, lo único que puede decirse de ellos es que a menudo corren el peligro de olvidarse.
Y es por esto que se cuentan los cuentos.