viernes, 18 de julio de 2014

BIRD-HOUSES (Pajareras)




BIRD-HOUSES (Pajareras)
Un cuento dedicado a todos los que creen que la fantasía sí puede cambiar el mundo, y también para Carmen, Lucía y Alvaro.


"Hace muchos años, cuando era pequeño, mis padres y yo vivíamos en un piso en un barrio de la ciudad. Era un buen barrio, con sus comercios, sus vecinos en bata y algunos árboles, naranjos en su mayoría. A la caída de la tarde se podía escuchar el piar de las golondrinas que subían raudas calle arriba, y a los verdones semejantes a esmeraldas subidos a las antenas de televisión.
Teníamos una pequeña terraza que fuimos llenando de flores con el tiempo. A mi padre no le gustaba comprar flores, prefería replantarlas o recibirlas como regalo y así, la mayoria de sus plantas le recordaban a alguien y era como tener siempre a amigos junto a nosotros. Mi padre tenía la costumbre de ponerles nombres a sus plantas con el diminutivo de la persona que se la había regalado, y muchas veces hablaba de las plantas como de sus propios amigos: "Mira cómo se ha puesto Santiaguito" (Santiaguito era su planta favorita, porque casi se secó una vez, pero con muchos cuidados siguió creciendo hasta hacerse casi un pequeño arbusto. "Nunca hay que abandonar mientras quede un jirón de vida" -me repetía siempre mi padre. Y eso le valía para todo lo demás. Y Santiaguito le recordaba que a veces, si no pierdes la esperanza, la vida crece y se vuelve preciosa).
A mi me gustaban los pájaros y cuando los oía desde el salón corría a la terraza a ver pasar las manchas negras que eran las golondrinas en el aire. Nunca se paraban y yo imaginaba que una golondrina que no se detiene nunca tiene por fuerza que dar la vuelta al mundo y volver por el otro lado.
Sin embargo los pájaros nunca se posaban en nuestra terraza, ni se posaban en Santiaguito, ni en el pequeño rosal de pitiminí, ni en la verbena morada que caía como agua verde hacia la calle.
Un día, paseando por nuestro barrio, vi en el escaparate de una tienda de animales una preciosa casa para pájaros de madera verde y tejado a dos aguas. Le dije a mi padre: si los pájaros vinieran a nuestra terraza podríamos comprarles esa casita y podrían guarecerse en ella cuando lloviera y estar resguardados en invierno cuando haga frío. Pero los pájaros no vienen. Si no fueran tan desconfiados, yo les podría alpiste y grano de linaza y un cuenquito de agua para que se refrescaran en verano. No saben que yo los cuidaría siempre.
Mi padre estuvo pensando un momento y después entró y compró la casita.
Un fin de semana que tuvo tiempo libre la colgó de la pared de nuestra terraza, y puso un pequeño comedero con alpiste, y la rodeó de plantas para que estuviese bonita, y allí la dejó. Una casa sin pájaros.
Yo no entendía por qué mi padre había comprado una casa y se había dado ese trabajo para unos pájaros que no venían.
Pasó una semana, y otra, y le pregunté a mi padre "¿por qué has colgado una casa de pájaros sin pájaros?."
"¿Quién dice que no vienen pájaros?" -me respondió mi padre. "Todavía no ha venido ninguno" -dije yo. "Todavía no, todavía no." -sonrió.
Pero una tarde oí un ruido fuera y salí a mirar a nuestro balcón. Seguía sin haber nadie: ni una pluma, ni un manchón negro que se perdiera en el cielo. Sin embargo, el alpiste estaba todo removido y habían caido algunas semillas fuera del comedero.
Nunca llegué a ver pájaros en nuestra terraza, pero cada vez que rellenábamos el cuenco con comida y agua, amanecían revueltos y con pequeñas plumillas flotando por haberse bañado.
De eso hace mucho tiempo y ahora vivo en otra casa con un pequeño jardín. Me entero por el periódico que el Ayuntamiento está talando la mayoría de los antiguos árboles de mi barrio. 
Le leo a mi hija por las noches "La hija del rey del pais de los elfos" y se me queda mirando muy seria y me pregunta "¿existen los elfos?" "Claro -le respondo- en un pais muy lejano". "¿Por qué no vienen a nuestro jardín?" -insiste. 
Y yo he decidio hacer algo al respecto. Así que un fin de semana que he tenido tiempo libre estuve trabajando un ratito en el jardín: tracé un circulo y fui aplanando la hierba con el pie alrededor, planté flores pequeñas y blancas. 
Pasaron unos meses y de cuando en cuando volvía al círculo y le quitaba un par de malas hierbas que pudieran estar creciendo y las ponía en otro lado. Las malas hierbas, como nosotros, no tienen la culpa de nacer donde nacen. 
-¿Qué es eso que plantaste? -preguntó mi hija.
-Un círculo de hadas -respondí.
-Pero no ha venido ninguna.
-Todavía no, todavía no..."